Pese a la severidad de su enfermedad (un cáncer descubierto en 2007) el estudiante de Ingeniería Metalúrgica, Carlos Figueroa, siempre tuvo en mente terminar su carrera. Incluso, estando en tratamiento se esforzaba por ir a clases.
“En 2009 retomó sus estudios, con mucha dificultad, pues le era muy difícil trasladarse y concentrarse, debido a las drogas que tomaba”, recuerda  su madre, María Matamala, secretaria de Vicerrectoría Académica. Incluso -dice- en marzo de 2010, estando hospitalizado inscribió su memoria de título. Pero la vida de “Carlitos”, como cariñosamente lo llamaban familiares y amigos, se apagó el julio de 2010.
Reconociéndolo como un modelo de perseverancia,  el Centro de Alumnos decidió dar su nombre a la sala de estudios de la carrera, situada en el tercer piso del edificio Tecnológico Mecánico.
Esta mañana, familiares, amigos y compañeros y directivos del Departamento de Ingeniería Metalúrgica,  asistieron a la ceremonia en que se descubrió la placa que recuerda al estudiante.
“Carlos como estudiante, como amigo, como familiar, como primo, como sobrino,  representó muchas cosas que como futuros profesionales queremos también reflejar, sobre todo el sentido de la perseverancia, una virtud muy importante para desarrollarse como persona. Como futuros profesionales también nos interesa desarrollar esa virtud”, afirmó el presidente del Centro de Alumnos, Gonzalo Campos, al abrir la ceremonia.
Esa persistencia a pesar de las dificultades, es a juicio del dirigente estudiantil, el legado que dejó el joven: “queremos que nuestros compañeros sepan quién era Carlos Figueroa y que lo tomen como ejemplo en todos los ámbitos en que nos movemos como personas”, dijo.
Por su parte, el director del Departamento de Ingeniería Metalúrgica, Froilán Vergara, destacó la gran fuerza de voluntad del estudiante,  incluso en los momentos más difíciles de su enfermedad.
“Conocí mucho a Carlos,  estuve cerca de él durante su carrera y  en los últimos tiempos. Uno puede decir muchas cosas de él, pero era de esas personas que uno mira y se da cuenta que son buenas”, precisó. Vergara recuerda que, a pesar de su condición,  Carlos tenía una mirada optimista de la vida “y cada vez que volvía (a clases), con más  complicaciones), llegaba con la voluntad, quizá más que nadie, de terminar su carrera…”.
Una emocionada madre agradeció el reconocimiento de Centro de Alumnos, compartiendo una breve biografía de su “tesorito”,  matizada de anécdotas y logros a lo largo de su vida académica en el colegio y el liceo.  De su paso por la Universidad, a la que llegó en 2003,  recordó cómo disfrutó del mechoneo y todas  las actividades del primer año en el Plan Común de Ingeniería, del que pasó a Ingeniería Metalúrgica.
“En su vida como estudiante universitario, no se perdía la celebración del aniversario de su carrera, saboreando su cuota de choripanes, que no eran pocos, acompañados de bebida, pues no tomaba alcohol ni fumaba. El era un joven sano, sano de mente y espíritu. Nunca se expresó mal de una persona, de un profesor y menos de un compañero”.
Modelo para sus primos, protector de sus compañeros menores, un joven respetuoso y cariñoso, Carlos -dice María Matamala- disfrutaba sobre todo de las juntas con los amigos, que no eran pocos. Testigo de ello es Manuel Suazo, estudiante de Pedagogía en Música, compañero de curso de Carlos desde la infancia, y para quien tiene mucho sentido que la sala lleve el nombre de su amigo, pues –cuenta- él era el que reunía al grupo de amigos para estudiar. “Su casa -cuando eran más pequeños-  era la sala de estudios”.
Dice que era un ejemplo, por su perseverancia y responsabilidad – “siempre decía que había que hacerse cargo de las cosas, ir al frente, ser correcto”- pero sobre todo por su forma de ver la vida. “Fue una luz para nosotros”, dijo.