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Libro de Profesor Emérito analiza al copihue desde múltiples dimensiones

Publicado el año pasado por el Sello Editorial de la Universidad, el libro “El Copihue, la flor nacional de Chile”, del Profesor Emérito y docente del Departamento de Botánica, Roberto Rodríguez-Ríos, recoge abundante información de este símbolo patrio: su biología, taxonomía, formas de cultivo, su presencia en el arte y en la emblemática nacional, entre otros.

Aquí algunos detalles de este trabajo, escrito en colaboración con el médico veterinario Eric Chait-Mujica, quien ha hecho del copihue su pasión desde los años 90.

Según una leyenda araucana de tiempo indeterminado, recogida por Oscar Janó y citada en el libro, el copihue tiene su origen en la historia amorosa del príncipe mapuche Copi y la princesa pehuenche Hues, cuya relación era rechazada por sus tribus.

Fue en la laguna en la que acostumbraban reunirse, y donde fueron muertos, el lugar en que la flor se aparece por primera vez, emergiendo de las aguas para mostrarse a sus familias.

Para el mundo científico, la referencia más antigua de este arbusto trepador –que puede medir hasta 10 metros- está en “Historia de las plantas medicinales” (1725) del sacerdote y botánico francés Louis Fieullie, que incluyó en ella la primera ilustración de sus hojas, flores y frutos, con el nombre “Vochi, liliaceo amplissimo que flore cramesino”.

El Dr. Rodríguez señaló que después hubo varias menciones de la planta en la literatura y que fueron los españoles Hipólito Ruiz y José Pavón, quienes en el tomo 3 de su “Flora Peruviana et Chilensis” (1820) hicieron la primera descripción taxonómica del copihue, al que le dieron el nombre científico de Lapegeria rosea.

“Allí parece un dibujo, la descripción en latín y una dedicatoria. Se llama Lapageria porque está dedicada a la primera esposa de Napoléon, Josephine Tascher de Beauharmais de La Pagerie, que colaboró en la expedición de estos botánicos”, contó.

Desde ese momento, la flor se hizo conocida fuera de las fronteras de Chile. “Se sabe fehacientemente que estos españoles lo llevaron a Europa y los distribuyeron en varios jardines botánicos, donde aún existen. Son muy admirados en Alemania y España”, dijo el investigador.

El libro contiene imágenes de los 28 cultivares (variedades) conocidos, que se distinguen por la forma de las flores, tamaño –desde el más pequeño, Collingue, hasta el más grande, Norma Iris- y color. “Hay blancos, rojos, rosados; algunos en racimos. Muchos han sido por hibridación hechas por cultivadores. Hay muchas variedades creadas por Eric Chaite (co autor del libro)”, sostuvo, junto con explicar que hay una clasificación por nombre y números.

Existe, además, un híbrido intergenérico que es resultado de la cruza del copihue con el coicopihue, una planta con flores similares al primero y que también vive en los bosques del sur. La especie se conoce como Philageria veitchii y su ejemplar tipo está conservado en el Herbario del Jardín Botánico de Kew, en Londres.

Un aspecto llamativo de esta especie endémica de Chile es su longevidad. “Elbert Reed (1964) menciona que en 1929 visitó las copihueras de la familia Larenas en Cobquecura. Allí se informó que las plantas de copihue habían sido obtenidas del bosque nativo alrededor del año 1880, donde ya tenían una edad considerable. En consecuencia, se puede calcular subjetivamente que hoy tienen una edad mínima de 150 años”, se lee en el libro.

También se señala que “otros antecedentes de copihueras pertenecientes a familias antiguas de Contulmo, Temuco, Angol, Curanilahue, etc., entregan datos de su existencia desde el siglo XIX”.

Fue en las primeras décadas del 1900 cuando el copihue obtuvo su denominación como flor nacional, pero esa condición fue oficializada muchos años más tarde, por un decreto del 24 de febrero de 1977.

El libro –una edición bilingüe en español-inglés, disponible en la Casa del Arte– rescata imágenes del copihue en la filatelia nacional y la numismática, y su presencia inspiradora en la música y la literatura (hay fragmentos de textos de Gabriela Mistral y Pablo Neruda).