Escrita por Ximena Gauché Marchetti
Abogada, Doctora en Derecho
Profesora Asociada de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
Directora del Programa Interdisciplinario sobre Protección Integral de la Infancia y la Adolescencia
Coordinadora del Grupo Interdisciplinario de Investigación en Derechos Humanos y Democracia
Universidad de Concepción

Hace unos años atrás, en una columna señalaba como hace tiempo se viene celebrando en Chile el Día del niño cada primer domingo de agosto, casi como una tradición nacional, pero marcada por las campañas publicitarias de tiendas y productos que invitan a regalar lo mejor: juguetes, linda ropa o hermosos paseos.

En esa oportunidad, el propósito fue recordar, con el marco que brinda el “Día del niño”, los derechos que la sociedad chilena tiene pendientes con muchos de ellos. Desde luego me refería a las deudas en educación, en salud, en justicia y con los niños, y niñas especialmente vulnerables: los más pobres, los indígenas y los que viven desde la diversidad sexual encasillados en estereotipos que los adultos les pretendemos imponer, para los cuales el “Día del niño” pasa por el lado.

Han pasado unos años y, tristemente, la situación no ha cambiado y, peor aún, hemos conocido como para algunos ya ni siquiera se trata de problemas para ejercer sus derechos sino de la pérdida de uno elemental para gozar de otros: la vida. No hemos entendido como sociedad que su interés superior (y no el de los adultos, sean políticos o no) es el que debe mover las actuaciones de todos; no hemos sido capaces de validar su capacidad de opinar y eventualmente decidir en los asuntos de su interés; nos les permitimos ejercer su autonomía progresiva; no hemos terminado las discriminaciones, las estigmatizaciones, ni los abusos y, vergonzosamente, no hemos sido capaces de satisfacer sus necesidades básicas con dignidad.

A propósito de este nuevo “Día del niño” invito a que miremos en serio la realidad infantil en Chile y hagamos algo más: alzar la voz con la misma fuerza con que estamos legítimamente demandando por una mejor educación o por un mejor sistema de pensiones.

Si levantamos todas las voces en contra la realidad actual: en el lugar de trabajo, en las conversaciones cotidianas, en la vida familiar, podemos ir contribuyendo a darle un mejor mundo a nuestros niños y niñas. Además, tal vez logremos que quienes tienen en sus manos el poder de cambiar muchas cosas en este país entiendan que, aunque no votan, todos los niños y niñas deben ser la prioridad de Chile.

Si queremos reflejar realmente que somos una sociedad justa, inclusiva y que avanza hacia el desarrollo levantemos voces para no sólo existan anuncios de nuevas autoridades, nuevas medidas o nuevos proyectos de leyes, sino cambios de verdad: de los que parten en el hogar y la vida familiar, y avanzan hacia buenas leyes y mejores políticas públicas.