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Los 85 años de un señor de las letras: Gabriel García Márquez

En Aracataca, un pueblo de la costa atlántica colombiana, aldea perdida que renace una y mil veces bajo el nombre de Macondo, nació el 6 de marzo de 1928 Gabriel García Márquez, autor que representa -tal vez mejor que ningún otro escritor- el momento más significativo de la narrativa latinoamericana, aquel marcado por nombres como los de Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Álvaro Mutis, Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar, Ernesto Sábato, José María Arguedas, Mario Vargas Llosa, Carlos Droguett y José Donoso, entre otros.
Para el académico e investigador en Literatura Latinoamericana y crítico literario del departamento de Español de la UdeC, Maurio Ostria, esa narrativa (desarrollada principalmente entre los años cincuenta y setenta) integra maduramente los aportes de la gran novela europea y norteamericana del siglo XX (Proust, Joyce, Kafka, Faulkner) con un modo de contar muy latinoamericano, en que se integran voces, formas, estilos, temas, perspectivas, todo lo que desembocará en tendencias como: la literatura fantástica, el realismo mágico y el llamado real maravilloso americano. “Esta simbiosis de las técnicas narrativas europeas y el acento, tono, manera latinoamericana de decir y contar cambiará definitivamente el arte narrativo en América Latina y proyectará su fascinación más allá de nuestro continente”, señala.
Con él coincide Juan Cid, docente del departamento de Español, coordinador del grupo de investigación Mecesup Nuevas lecturas de textos clásicos latinoamericanos e integrante de la Asociación de Colombianistas, para quien la escritura del colombiano, junto a la de sus compañeros del llamado Boom, se convierte en el blanco de todas las miradas del mundo literario. A su juicio, la aparición de Gabriel García Márquez en el panorama literario latinoamericano supuso toda una revelación para el “negocio” de la literatura y sus participantes: críticos, académicos, editores, traductores y, por supuesto, para los lectores. Su figura descollante y su magnífica prosa, cargada de motivos latinoamericanos trabajados pacientemente desde el mito y la épica, dice, lo consagrarían como un clásico de la literatura del siglo XX y como uno de los puntos más altos del género novela en nuestro idioma.
“La brillantez de su prosa y la capacidad de abolir, a partir de la naturalidad en que se exponen los acontecimientos, los límites entre realidad y fantasía, conquistaron a los tradicionales lectores de novela y atrajo a un sinnúmero de nuevos lectores que comenzaron a demandar más y más textos. Basta recordar, en términos numéricos, el impacto editorial provocado por la publicación, en mayo de 1967, de Cien años de soledad”, acota Cid. La primera edición fue de 25 mil ejemplares (una enorme cantidad para el mercado latinoamericano), pero en los años siguientes las tiradas subieron a 100 mil ejemplares por año. “El mercado, el business literario, la categoría best seller, nace en Latinoamérica con la espléndida novela de García Márquez”, agrega.
Otro aspecto al que se refiere es que la influencia de García Márquez, de su literatura, ha provocado el ingreso de un uso en la lengua. “Para nadie es ajena la frase crónica de una muerte anunciada para señalar lo evidente del fin de un suceso. No son muchos los textos literarios con tal nivel de influencia como para incorporar léxico en sus lenguas. A Shakespeare, Cervantes, Flaubert, habría que agregar a García Márquez”, dice.
En un contexto donde, hasta la década de 1960, en Colombia no había industria para la producción, mercadeo y venta de novelas, la llegada de Cien años de soledad cambió radicalmente ese escenario, relata.
Cid explica que “el surgimiento sorpresivo de Gabriel García Márquez, la llegada de editoriales extranjeras y el interés internacional por Latinoamérica, entre otros factores, transformaron radicalmente el escenario. La literatura colombiana apenas había producido dos novelas reconocidas nacional e internacionalmente: María (1867) de Jorge Isaacs y La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera. Cien años de soledad (1967) llega a cambiar esa tendencia para siempre. Desde su origen la escritura garcíamarquiana se ha justificado como fundacional”.
Ostria, en tanto, señala que “antes de García Márquez y los llamados escritores del Boom, ya están marcando el rumbo autores como Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Agustín Yáñez, Leopoldo Marechal, Manuel Rojas y, aunque no es novelista, Jorge Luis Borges (el más grande todos). Luego está el contexto sociocultural: la revolución cubana y los movimientos de todo tipo en los años sesenta, desde los hippies hasta los estudiantes franceses; desde el concilio Vaticano II hasta las reformas en la Unión Soviética; desde los Beatles hasta las reformas universitarias; desde Tlaltelolco hasta la toma de la Catedral en Santiago. Ese es el caldo cultural en que emergen García Márquez y sus compañeros novelistas y esto también influye en sus repercusiones europeas: América latina se ha vuelto interesante y significativa para el viejo continente”.
Otra cosa muy importante que destaca el académico es la realidad colombiana, como el grupo de Barranquilla, en que García Márquez realiza sus primeros ensayos literarios: “sus amigos Álvaro Mutis y Plinio Apuleyo Mendoza, que tanto influyen en su vida y en su vocación literaria". Asimismo, destaca "sus experiencias periodísticas, decisivas en su forma de escribir e inseparables de su escritura creativa; así como la violencia política, que lo obliga a exiliarse en Europa y en México y que originará importantes textos como El otoño del patriarca”, dice Ostria.
Dos son las prácticas que, a juicio de Juan Cid, marcaron la evolución literaria de García Márquez y cuyo dominio progresivamente fue intensificando las virtudes de su escritura: el periodismo y el cine, ambos “atravesados por una preocupación política y una conciencia social cercana a los movimientos revolucionarios tan en boga durante los sesenta”.
Y agrega: “en su trabajo narrativo ficcional es posible percibir una evolución o un cambio en su itinerario desde Macondo; es decir, desde un espacio propiamente colombiano y centroamericano, hasta el Caribe, señal entendida, por una parte de la crítica, como una forma de contextualizar mejor la problemática latinoamericana en su conjunto”.
Para Mauricio Ostria, vista en perspectiva, la producción garcíamarquiana tiene un centro indudable: Cien años de soledad. “Mirados desde ese centro, los textos anteriores parecen ensayos que anticipan la gran novela, y las posteriores prolongaciones de la misma. Cien años de soledad fija, en cierto modo, el sello profundo de un estilo que el lector reconocerá en toda su obra. Allí están el tono conversacional (el relato oral de sus abuelos), la desmesura maravillosa, la imaginación sin límites, la mezcla de los periodístico, lo poético y lo cinematográfico”.
A su juicio, aunque algunos escritores menores han tratado de ironizar con sus textos y hasta de ignorarlo, no hay duda de que García Márquez es un clásico y un ejemplo de escritor consecuente con su arte y con su tiempo. “Sus aportes, especialmente en lo que dice relación con el manejo natural de una escritura fascinante y viva, han sido y siguen siendo valorados por muchos novelistas y críticos de la hora. Esa escritura, a la vez arcaica y moderna, plástica y musical, que maneja con igual soltura y profundidad el dolor de América latina y la atmósfera irreal de sus personajes, el humor y la ironía, trascienden definitivamente lo literario puro para convertirse en una manera de mirar la vida: lo garcíamarquiano es, como lo dantesco o lo kafkiano, una forma de iluminar el mundo”.