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El bosque como regulador del ciclo hidrológico y la producción de agua

Columna escrita por el Dr. Eduardo Peña
Ingeniero forestal, especialista en Ecología del Fuego
Académico Facultad de Ciencias Forestales UdeC
El 21 de marzo de cada año, en el Día Internacional de los Bosques, se reconoce y se celebran sus funciones. Este 2016 se destaca su capacidad de regular el ciclo hidrológico y en especial la provisión de agua de calidad. Sin duda, que es un valioso reconocimiento en una época cuando ya es evidente la crisis del agua en el planeta.
La ONU indica que, a nivel mundial, entre el 75% y el 90% del agua es utilizada por la agricultura y actividades productivas. Para Chile, se reporta que cada persona utiliza al año 1.115.000 litros o un consumo de 3054 litros/día. A pesar de esta inmensa cifra, no existen campañas significativas y eficientes para reducir este consumo, existiendo desconocimiento de esta información por la mayoría de las personas.
El ser humano ha usufructuado de este servicio de los bosques, pero sin un manejo sustentable la disponibilidad de agua será muy limitada. Según proyecciones de especialistas, para el año 2050 casi el 50% de la población mundial sufrirá severa escasez de agua y mantener el servicio tendrá costos de gran magnitud imposibles de financiar por algunas comunidades.
A la fecha, aún no se reconoce cuán fundamentales son los bosques para generar suelo orgánico y regular el ciclo hidrológico, por lo que el suelo bajo el bosque es equivalente a una esponja que permite que durante las lluvias el agua sea retenida por el suelo, facilitando su infiltración hacia las napas freáticas. Por muchos años, este recurso nos pareció inagotable, pero la realidad indica que a la vegetación le tomó miles de años formar suelo y regular el ciclo hidrológico, y el cambio de uso de la tierra deterioró la función en corto tiempo.
En el mundo, casi el 50% de los bosques se han cosechado alterando el clima. Esto hace que precipite menos que en el pasado o las lluvias se concentran en cortos periodos y llegan a un suelo que ha perdido su capacidad de infiltración o a zonas impermeabilizadas en las ciudades (calles, techos y suelos compactados), perdiéndose la mayor parte el agua por escurrimiento superficial, generando inundaciones y erosión y/o afectando su calidad.
La crisis se complejiza por el incremento de la población humana, pero la situación es aún más dramática, pues revertir este proceso, utilizando vegetación, tomará cientos de años. Las soluciones para esta crisis hídrica deben considerar la recuperación de la capacidad de infiltración de los suelos y almacenamiento de agua en las napas freáticas.
En este proceso, la conservación del bosque nativo y la restauración de nuevas zonas serán fundamentales, pero como será un proceso lento, se deberá reforzar esta recuperación descompactando los suelos, incrementando la materia orgánica, recuperando pantanos y humedales, y por último, creando cientos de pequeños tranques para retener el agua para uso directo o que el agua ingrese al suelo a través de ellos. Sin embargo, sin políticas de uso eficiente del agua y campañas de ahorro, ninguna medida será efectiva.