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Columna: el dilema moral y el aborto

Un dilema moral se hace presente cuando dos principios se enfrentan y la opción por uno de ellos –necesariamente- se terminan adoptando en detrimento del otro. Si lo que se desea dilucidar, por ejemplo, contrapone la autonomía de una persona con el principio de justicia, la decisión implicará que uno de esos principios se subordinará al otro.
Al decir de F. Lolas, la bioética ha hecho una propuesta de procedimientos seculares para intentar al menos atenuar -si bien no resolver- los dilemas bioéticos presentes en la asistencia sanitaria, en la investigación médica y biológica y la preservación del medio ambiente.
Sin embargo, en el tema del aborto la cuestión se endilga por caminos bastante más ripiosos, porque lo que verdaderamente colisionan son dos concepciones del mundo, dos miradas universales, totalizadoras, que peraltan la moral en fundamentos radicalmente distintos.
La una, hace referencia a una entidad metafísica patrocinadora de los actos morales en un mundo jerarquizado, en el cual la naturaleza humana está delimitada por el demiurgo y  constata la existencia normativa de ciertas nomenclaturas inspiradas por esa entidad metafísica, que indexa las acciones y pensamientos a una moral objetiva, a-histórica y no afecta en lo sustancial por los entornos culturales.
La otra, de carácter secular, apuesta por la autonomía del hombre, asumiendo su carácter relacional-social, entendiéndolo como un ser humano único e irrepetible, imposible de concebirse sin el tú humano, al que no le es posible comprenderse sin la mirada y la respuesta de los demás, y que al mismo tiempo de cotejar sus actuares con su propia conciencia -ese retejador infatigable que nos interpela y conmina a endilgar nuestros haceres y decires por el recto camino- posee una imbricación también con el “otro”. Ese otro que, ciertamente, incluye a quienes participan de la otra u otras concepciones de mundo.
Si le agregamos que a esos actuares -referidos los unos, a una entidad metafísica, y al propio ser humano, los otros- se tiene la pretensión de anidarlos en un estatuto no ya moral, sino jurídico, entonces se transitará por caminos en que los hitos de referencia serán no sólo difusos, sino que en ocasiones indicarán trayectorias definitivamente contrarias.
Ante este cuadro, y sólo para los efectos legislativos, la discusión finalizará necesaria e ineluctablemente en la imposición de una concepción sobre la otra por la mayoría circunstancial que se logre en el hemiciclo clistenesio. En el plano de la verdad, dilucidar la primacía se prolongará hasta el final de los tiempos. A menos, por cierto, que la Parusía se manifieste en toda su plenitud, lo que -a fin de cuentas- también significará que el fin de los tiempos ha llegado.
Fernando Rocha Pavés
Académico Facultad de Medicina UdeC