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Columna de opinión “Los tiempos cambian: escasez hídrica y nuevas oportunidades de desarrollo en innovación tecnológica”

*Escrita por el Dr. José Luis Arumí, investigador principal del Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería, Crhiam.

La agricultura actual debe enfrentar condiciones que son muy diferentes a aquellas que sufrió en el siglo XX, ya que es el resultado de un continuo desarrollo tecnológico que ha permitido la introducción de productos más rentables, pero mucho más exigentes desde el punto de vista productivo.

La revolución tecnológica que se desarrolló en los últimos 30 años produjo un enorme cambio en el paisaje del centro sur de Chile. Las antiguas zonas agrícolas que estaban cubiertas de praderas o cultivos en la actualidad presentan plantaciones frutales de especie que hace unas décadas atrás no se conocían en nuestro país. Un ejemplo de ello, son los arándanos y los kiwis pero que, a su vez, es un patrón productivo mucho más vulnerable presente en la escasez hídrica.

Las zonas de clima mediterráneo, como Chile Central, se caracterizan por poseer precipitaciones concentradas durante los meses de invierno y un período estival con temperaturas que permiten el desarrollo de frutales, pero donde ocurre una alta demanda de evapotranspiración (ET).

En Chillán, por ejemplo, precipita un promedio cercano a 1000 mm de agua al año y una ET potencial de casi 1000 mm al año. Si bien esto parece estar equilibrado, 900 mm precipitan en invierno y 900 mm evapotranspiran en verano. Esto significa que se dispone de agua cuando no se necesita y se necesita cuando no se dispone.

En una cuenca hidrográfica existen mecanismos que permiten guardar el excedente de agua invernal para ser usados en verano, esto se denomina capacidad de almacenamiento y se produce mediante la acumulación y derretimiento de nieve, la recarga de acuíferos y la existencia de lagos o embalses.

La escasez hídrica y el cambio de temperatura han afectado dramáticamente la capacidad de almacenamiento nieve de la Cordillera de los Andes, que era otro de nuestros grandes reguladores de disponibilidad de agua. Sin embargo, nos queda la posibilidad de intervenir en otras dos componentes mediante la recarga artificial de aguas subterráneas o la construcción de embalses como es el caso de Punilla y Zapallar.

El desafío es desarrollar buenas soluciones de ingeniería que permitan aprovechar nuestros recursos hídricos y evitar cometer errores dramáticos como los ocurridos en el siglo XX, como los desastres del Mar Aral o la represa de Vajont.

En el caso de los embalses se deberán considerar reglas de operación y un modelo de negocio, que consideren la integración de los usos de riego, generación de energía y turismo. Además, incorporar conceptos modernos de operación de embalses que apunten a generar descargas de agua para garantizar la dinámica del flujo de sedimentos y la salud del ecosistema de aguas debajo de los embalses.

Por otra parte, la recarga artificial de aguas subterráneas es posible aprovechar la red de canales existentes en las cuencas. Se pueden identificar zonas donde se produce en forma natural recargas desde lo canales para construir estructuras que maximicen dicho proceso, pero a su vez permitiendo que los regantes hagan un uso eficiente de los canales de riego durante la temporada de mayor demanda de agua.

Es así que frente a la escasez hídrica se abren nuevas oportunidades para la innovación tecnológica, pero que deben ser desarrolladas y aplicadas en conjunto con los usuarios de agua y en ese sentido las Juntas de Vigilancia deberán jugar un papel cada vez más relevante en la futura gestión de los recursos hídricos.